Hombres del ferrocarril en La Laguna: historia y memoria de los trabajadores

Redacción
9 minutos de lectura
Foto: Especial

Voces de ex ferrocarrileros que preservan el legado de una región construida sobre las vías del tren

La historia del ferrocarril en La Laguna está estrechamente vinculada al desarrollo económico y social de la región. Desde finales del siglo XIX, la llegada de las vías férreas transformó la zona, convirtiéndola en un nodo clave para la producción y el comercio en el norte de México. La construcción de la estación en Torreón, en el cruce de las líneas del Ferrocarril Central Mexicano y el Ferrocarril Internacional Mexicano, marcó un punto de inflexión en su crecimiento.

Diversos estudios, como la revista Mirada Ferroviaria de 2007, destacan que la llegada del ferrocarril facilitó el transporte de las abundantes cosechas de algodón, consolidando a Torreón, Gómez Palacio y Lerdo como centros económicos de gran importancia. La apertura de las rutas ferroviarias en 1883 y 1888, respectivamente, permitió que la región se poblara rápidamente, atrayendo a una diversidad de inmigrantes nacionales y extranjeros que, entre tierras salpicadas de cactus, comenzaron a construir una identidad propia. La novela “Otro amanecer” de Yolanda Natera captura ese momento fundacional, describiendo cómo las familias y comercios se trasladaron cerca de la estación para aprovechar el auge del algodón y las oportunidades que ello generaba.

El impulso ferroviario no solo transformó la economía, sino también la vida cotidiana de los habitantes. El historiador Alejandro Ahumada Rodríguez explica que, aunque Torreón nació gracias al ferrocarril, fue Lerdo quien recibió primero la vía en 1883, y fue solo en 1888, con la intersección de ambas líneas, cuando la zona empezó a consolidarse como un centro estratégico. El impacto de las vías férreas fue profundo, pues modificó la lógica del movimiento comercial y social, desplazando los caminos reales y las rutas rústicas tradicionales. Además, la llegada del tren propició la introducción de herramientas agrícolas de Estados Unidos, impulsando una transformación en la manera de trabajar la tierra, particularmente en las tierras del río Nazas, donde el cultivo del algodón adquirió un carácter decisivo.

Sin embargo, más allá de las infraestructuras, fueron los hombres del tren quienes cimentaron esa historia. Desde los primeros técnicos y topógrafos norteamericanos, expertos en la experiencia del oeste estadounidense, hasta los obreros mexicanos que, sin conocimientos previos, aprendieron a operar las vías y las máquinas. Ahumada destaca que, en los primeros años, muchos de estos trabajadores ganaban salarios iguales a los de sus colegas extranjeros, y que con el tiempo surgió una clase laboral que empezó a exigir mejores condiciones.

Hacia 1907, ya se hablaba de una auténtica clase trabajadora que buscaba oportunidades y derechos. La llegada de estos hombres fue motivada por sueños de un futuro mejor, muchos de ellos inmigrantes con historias diversas. La importancia de preservar la memoria de los ferrocarrileros radica en reconocer que el ferrocarril no solo fue infraestructura, sino también una fuerza que transformó vidas y regiones. Para Ahumada, hoy en día, la mayoría de las personas no perciben el valor de ese legado, pues el paso del tren se ha convertido en un recuerdo lejano.

Sin embargo, en lugares como Torreón o Gómez Palacio, todavía quedan vestigios de esa historia en estaciones y en el eco de las antiguas vías, que se están apagando si no se documentan y se transmiten las vivencias de quienes lo vivieron.

El impacto del ferrocarril en La Laguna fue tal que desplazó los caminos tradicionales y convirtió a la región en un motor de crecimiento. A través de los testimonios de ex ferrocarrileros como Ildefonso García Holguín, Daniel Flores Aragón y Jesús Urbina Sandoval, se revela la historia humana detrás de las máquinas. Ellos, aunque saben que no figuran en los libros de historia, sienten un orgullo profundo por su contribución al desarrollo regional y por haber formado parte de una era que moldeó su identidad.

El Museo del Ferrocarril en Torreón guarda recuerdos vivos de aquellos tiempos. Allí, Ildefonso García Holguín, de 73 años, comparte sus memorias y realiza tareas de mantenimiento, simbolizando la presencia continua del legado ferroviario. Desde niño, Ildefonso se enamoró del ferrocarril junto a su padre, quien fue cuadrillero ambulante. Su vida transcurrió en las vías, recorriendo el país y enfrentando las dificultades del trabajo manual en cuadrillas que cocinaban, dormían en los campamentos y compartían historias al calor de las fogatas.

A pesar de que su padre le advirtió que esa vida era dura, Ildefonso se aferró a su pasión y dedicó 26 años a la labor en las vías, participando en la reparación de puentes, cambio de rieles y mantenimiento de las vías en medio del polvo y el silencio del campo.

La privatización del ferrocarril en los años noventa significó un cambio radical. La desincorporación de Ferrocarriles Nacionales de México en 1995, bajo la administración de Ernesto Zedillo, llevó a la apertura del sistema ferroviario a concesiones privadas, fragmentando la red en diversos corredores, como Ferromex y Kansas City Southern. Este proceso dejó atrás a miles de trabajadores, como Ildefonso, y marcó el fin de una era en la que el ferrocarril era una forma de vida. Para muchos de ellos, ver pasar un tren dejó de ser cotidiano, y el oficio se convirtió en un recuerdo que se mantiene vivo en la memoria de quienes aún trabajan o se jubilaban en el sector.

Ildefonso lamenta que la historia del ferrocarril en México haya sido olvidada por las nuevas generaciones, que ya no sienten el mismo amor por el tren ni lo ven como parte de su identidad. Él sueña con que vuelva a existir un servicio de pasajeros en Torreón, que recupere su pulsación y vuelva a conectar a la ciudad con otros destinos, retomando esa tradición que fue parte de la vida de toda una región. La nostalgia y el orgullo son constantes en su relato, y su deseo es que la historia de los ferrocarrileros no se pierda, que su memoria siga vigente y sirva de ejemplo para las futuras generaciones.

El último testimonio en esta historia es el de Jesús Urbina Sandoval, conocido como Chery, quien a sus 77 años conserva una memoria vívida de su paso por las vías. Desde 1968, cuando empezó en Ferrocarriles Nacionales de México, ha sido testigo de la evolución del sistema ferroviario mexicano, participando en diferentes puestos y recorriendo toda la ruta. Chery rememora las jornadas largas de hasta 18 horas, el trabajo en equipo, las historias compartidas en las cuadrillas y los momentos especiales, como el tren del Día de Muertos, que unía el panteón con la ciudad.

Para él, el ferrocarril fue más que un empleo: fue su vida. Aunque la privatización y las nuevas tecnologías han cambiado el escenario, su orgullo por la profesión permanece intacto. Actualmente, lucha por defender los derechos de los ferrocarrileros y conservar los espacios que, asegura, les fueron arrebatados. A pesar de la disminución de su número, Chery siente que el legado de los hombres del tren debe preservarse para que no se pierda esa historia que ha sido matriz de la identidad regional.

La memoria de estos hombres, sus historias y su sacrificio, permanecen como un testimonio de que, aunque las máquinas se hayan detenido, la historia de los ferrocarrileros sigue viva en cada rincón de La Laguna.

Compartir este artículo