Reflexiones sobre la viralidad y la exposición en la era digital (H2)
En los últimos días, las redes sociales se han convertido en un imán para el morbo, los chismes, los ataques y la búsqueda de popularidad, incluso para aquellos que deberían recibir la menor atención pública. En una era en la que todo puede ser accesible con solo unos clics en un teléfono móvil, la vida de cualquier persona se vuelve prácticamente pública. Si aún no somos conscientes de esta realidad, estamos llegando tarde, ya que todos estamos expuestos a ser grabados o captados en momentos que luego pueden viralizarse.
La posibilidad de que alguien se vuelva famoso por un incidente o un comentario en redes sociales ya no es exclusiva de las celebridades. Desde una persona que se convierte en #lady por un arranque de ira, hasta un #lord que protagoniza una desafortunada declaración, las plataformas digitales no tienen límites para crear personajes o viralizar contenidos de manera instantánea. La creatividad en línea es infinita y puede catapultar a cualquiera a la fama en cuestión de segundos, sin importar si lo que se comparte es positivo o negativo.
Recuerdo cuando era maestra universitaria, que siempre fue consciente de que, en cualquier lugar, cualquier alumno podía estar siendo observado. Ya fuera en un restaurante, en un supermercado o en la calle, siempre hablaba con ellos para hacerles entender que nuestra vida ya no es solo privada, sino que también es pública. La idea era transmitirles que, independientemente de si estamos solos o acompañados, nuestras acciones pueden ser vistas y juzgadas por otros.
Con esa perspectiva en mente, entendí que no podemos culpar a las redes sociales por las conductas que compartimos o por la exposición que buscamos. La viralidad tiene la capacidad de convertir en tendencia todo tipo de contenidos, y ahora, además, involucra a diferentes generaciones. Desde niños y adolescentes hasta adultos mayores, todos estamos expuestos a los mismos videos, memes, mensajes de WhatsApp y conversaciones que circulan en un entorno digital que se vuelve cada vez más universal y familiar.
Es por ello que comparto estas reflexiones con la esperanza de que otros temas, personajes o ideas sean los que realmente alcancen la viralidad. Que lo que nos impacte positivamente, aquello que en verdad valga la pena y tenga la capacidad de unir a diferentes generaciones, sea lo que se vuelva tendencia en las mesas y en las conversaciones cotidianas. La línea entre lo público y lo privado casi ha desaparecido, por lo que compartir aquello que nos inspira, vale la pena y enriquece la discusión social, resulta más necesario que nunca.
En un mundo donde lo más íntimo se ha transformado en contenido público, es importante reflexionar sobre el uso que hacemos de nuestros dispositivos y, sobre todo, de lo que compartimos en ellos. Ya sea información propia o ajena, la responsabilidad de proteger la privacidad y de fomentar un uso consciente de las redes recae en cada uno. La viralidad puede ser una herramienta poderosa para difundir mensajes positivos, pero también puede convertir en evidencia de vulnerabilidad cualquier comportamiento o expresión.
Es fundamental comprender que la exposición en las redes sociales requiere una reflexión constante acerca de qué y cómo compartimos. La delgada línea entre lo público y lo privado se ha difuminado, y en ese espacio se juega la forma en que construimos nuestra imagen y nuestras relaciones en la era digital. La responsabilidad de cuidar nuestra privacidad y de promover contenidos que aporten valor y positividad está en nuestras manos, para que la viralidad sea un medio para generar impacto favorable y no un arma que nos deje vulnerables.