6 de agosto de 1945: Hiroshima y Nagasaki, primera bomba atómica

Redacción
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Foto: Cenapred

La devastación de las ciudades japonesas y el inicio de la era nuclear en la Segunda Guerra Mundial

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 horas, un bombardero B-29 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, denominado Enola Gay, lanzó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica utilizada en un conflicto bélico. Este artefacto, conocido como “Little Boy”, fue detonando en el aire y causó una destrucción masiva en la urbe, marcando un antes y un después en la historia de la guerra y del armamento nuclear. La explosión generó una bola de fuego que alcanzó temperaturas de hasta 4,000 grados Celsius en un radio de dos kilómetros, calcinando todo en su entorno inmediato y provocando una onda expansiva que se extendió a centenares de metros por segundo.

Tres días después, el 9 de agosto a las 11:02 horas, un segundo bombardeo devastador ocurrió en Japón. En esta ocasión, la Fuerza Aérea estadounidense lanzó desde el mismo tipo de avión, un B-29 llamado Bocksar, la bomba conocida como “Fat Man” sobre la ciudad de Nagasaki. Ambos ataques marcaron un punto de inflexión en la historia militar, ya que fueron las primeras armas de destrucción masiva empleadas en un conflicto armado y estaban compuestas por material radiactivo fisionable, específicamente uranio 235 y plutonio 239.

La fisión nuclear, fenómeno que permitió la creación de estas armas, consiste en la ruptura del núcleo de un átomo radiactivo, liberando una enorme cantidad de calor y radiación ionizante. Este proceso fue fundamental para comprender la potencia destructiva de las bombas y su capacidad para generar daños irreparables en las ciudades atacadas. La explosión de Hiroshima y Nagasaki, además de la intensa bola de fuego, produjo una onda expansiva que destruyó edificios y provocó incendios de gran magnitud, afectando a miles de personas en cuestión de segundos.

Se estima que, para diciembre de 1945, la cifra de muertes en Hiroshima y Nagasaki alcanzó aproximadamente 110 mil, aunque algunos estudios sugieren que superó las 210 mil víctimas. Los efectos de la radiación generaron daños irreversibles en la salud de los sobrevivientes, quienes padecieron enfermedades como cataratas, tumores malignos, leucemia y otros tipos de cáncer en los años posteriores. La exposición a la radiación también provocó mutaciones genéticas y daños en generaciones futuras, dejando una huella imborrable en la historia de la humanidad.

En Hiroshima, actualmente, se encuentra la Plaza de la Paz y el Museo de la Paz, espacios dedicados a recordar aquella tragedia y promover la cultura de paz, en un esfuerzo por evitar que se repitan hechos similares. La importancia de estos lugares radica en mantener viva la memoria de las víctimas y en promover la reflexión sobre los peligros del armamento nuclear.

Es importante recordar que Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, siendo la primera vez en la historia que un arma nuclear fue utilizada en un conflicto directo contra población civil. Antes de ello, en julio de 1945, los estadounidenses realizaron pruebas en el desierto de Nuevo México, donde lograron detonar la primera bomba de fusión nuclear, marcando el inicio de la era nuclear. La decisión de usar estas armas fue tomada tras la derrota de Alemania nazi, en un contexto de tensión y búsqueda de rendición incondicional por parte de Japón.

Tras la Conferencia de Potsdam, celebrada del 17 de julio al 2 de agosto de 1945, los líderes aliados, incluyendo a Harry S. Truman, presidente de Estados Unidos, acordaron tomar medidas decisivas contra Japón. Aunque conocían la capacidad destructiva de las bombas, Truman insistió en condicionar la rendición japonesa, a pesar de los daños y pérdidas humanas que ocasionaría su uso. La demostración del poder nuclear se hizo evidente en el bombardeo de Tokio en marzo de 1945, donde las fuerzas estadounidenses emplearon napalm en un ataque devastador que dejó cerca de 80 mil muertos y tantos heridos.

La bomba de napalm, utilizada en diversos bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, consistía en un recipiente con sustancia gelatinosa altamente inflamable que, al dispersarse y prenderse fuego, provocaba incendios de gran escala. La ofensiva en Tokio fue uno de los mayores ejemplos de la brutalidad de la guerra aérea de la época, con efectos que aún permanecen en la memoria histórica. Sin embargo, fue en Hiroshima y Nagasaki donde se evidenció claramente el potencial destructor del armamento nuclear, que dejó una marca indeleble en la humanidad.

El 6 de agosto de 1945, el avión estadounidense sobrevoló Hiroshima y lanzó la bomba con una carga de 4.4 toneladas y 64 kilos de uranio, generando una potencia equivalente a aproximadamente 16 kilotones de TNT. La explosión instantánea causó la muerte de unas 70 mil personas, y los efectos secundarios y radiación persistieron durante años, afectando a generaciones enteras. El piloto del Enola Gay fue el coronel Paul Tibbets, acompañado por otros oficiales especializados en bombardeos, quienes llevaron a cabo una operación que cambió para siempre el curso de la historia mundial.

El hongo de la muerte, símbolo de aquella devastación, se elevó en el cielo de Japón tras la explosión. La magnitud del daño fue tan grande que el presidente Harry S. Truman fue informado inmediatamente, mientras que en Japón, el ejército soviético, bajo las órdenes de Iósif Stalin, invadió Manchuria el 8 de agosto, buscando presionar a Japón a rendirse de manera incondicional. Ante los resultados del ataque en Hiroshima, Estados Unidos llevó a cabo un segundo bombardeo en Nagasaki, el 9 de agosto, en una de las decisiones más controvertidas de la historia militar.

Este episodio, que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, dejó heridas abiertas en la conciencia global. La utilización de armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki no solo significó la culminación de un conflicto, sino también el inicio de una era en la que la humanidad enfrentaba el riesgo de su propia destrucción mediante el armamento nuclear. La memoria de aquellos hechos sigue vigente, sirviendo como recordatorio del peligro de la proliferación de armas de destrucción masiva y la importancia de la paz mundial.

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