Fe en el porvenir porque los pueblos son invencibles.
– Guillermo Prieto
Se empieza a ver lejano aquel 1° de enero de 1994 en que hombres y mujeres del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), formado mayoritariamente por pueblos originarios, tomaban diversas cabeceras municipales en Chiapas el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. No fue coincidencia, fue un “aún estamos aquí” en medio de la globalización. Y de repente todas las miradas se posaron en las montañas del sureste mexicano. Ahora, a 30 años del levantamiento siguen resistiendo las embestidas de los malos tiempos, de los malos gobiernos.
Tres décadas en resistencia no es cualquier cosa. ¿Qué decir que no se haya dicho ya? Mantenerlos presentes en la mente y a la izquierda del pecho es una pequeña victoria. Y aún más, mantener vivas sus armas: sus palabras. “Esas balas sí matan”, decía Vicente Riva Palacio cuando en plena huida durante la segunda intervención francesa decidía llevarse la imprenta en lugar de un cañón.
¿Y a dónde nos llevan sus palabras? “¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo”, la búsqueda de “un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos”, a que “el pueblo manda y el gobierno obedece”, a la esperanza de que “la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día, para quienes es regalo la muerte, para quienes está prohibida la vida. Para todos la luz. Para todos todo”.
Volvamos a voltear a ver a los territorios zapatistas en rebeldía, a sus rostros cubiertos por pasamontañas, a escuchar las voces de aquellos soldados del pueblo que no se esfuerzan por ahogar la risa para aparentar una falsa formalidad y que viven con la esperanza de llegar a un mundo en el que ya no se ocupen soldados. Tengamos vivo su ejemplo de alegre rebeldía y dignidad insurrecta.