“Están pendejos”, soltó de golpe una señora, refiriéndose a los que exigían la semana laboral de 40 horas. “Todo lo que propone Morena está mal”, prosiguió, “nos van a hacer como Venezuela o Cuba”. No dejan de sorprenderme lo tanto que caló la campaña de miedo del 2006 en un sector de la población. “Lo que hace falta es gente jaladora, no más días de descanso”, “la gente ya ve a su familia lo suficiente”, “además luego prefieren ver programitas o andar perdiendo el tiempo”, fueron otras de las respuestas de dos señoras que iban a la marcha en contra de la reforma al Poder Judicial. Durante el transcurso del día me llegué a encontrar a un abogado que veía las dos luchas como necesarias. Pero por lo pronto hui de ahí a paso veloz. No me quedaron ganas de mezclarme en esa manifestación. Yo iba a otra. Mi gorra del EZLN me delataba.
Eran dos las movilizaciones convocadas alrededor de las 9:00 de la mañana de aquel domingo 1º de septiembre, día en que entraba en funciones la nueva legislatura. Una era la del Frente Nacional por las 40 horas y la otra la que estaba en contra de la reforma al Poder Judicial que impulsa el presidente López Obrador. Las dos se hallaban en la Explanada de los Héroes, frente al Palacio de Gobierno del Estado de Nuevo León.
Entre una corriente de gente uniformada de blanco, mi vista se posó sobre unas escaleras, en donde se encontraba un pequeño montón de personas. Estaban apartados, como manteniéndose al margen, con pequeños carteles que no alcancé a ver hasta tenerlos mero enfrente.
Una oficial de la Fuerza Civil los interrogaba sobre el nombre del colectivo y el fin de la manifestación. Momentos después me encontraba interrogándola yo a ella sobre su postura sobre las dos manifestaciones. Le interesaban los dos temas, pero prefirió guardarse su opinión hasta terminar de informarse. “Apenas voy en los antecedentes históricos”, me comentó. Ella sí se dará cuenta de que la lucha por las 40 horas no es ni nueva, ni de un partido político. Chinga, si hubiéramos tenido policías como ella probablemente nos hubiéramos ahorrado los terribles episodios nacionales de sangrientas represiones.
Saltaba a la vista el contraste. Ellos montaron un foro, llevaban un dron, banderas y pancartas; nosotros contábamos con algunos compañeros con cámaras, algunos carteles y folletos para repartir. Ellos contaban con el apoyo de representantes del Poder Judicial de Nuevo León; nosotros ni con un solo diputado. Ellos iban uniformados; nosotros íbamos como se nos pegó la gana. Ellos llevaban equipo de sonido; nosotros ni un triste megáfono. Ellos eran dos o tres centenas; nosotros dos o tres decenas.
Se sentía en el aire que ni ellos ni nosotros estábamos a gusto. Pensé en que esta marea blanca hace meses se vestía de rosa. Los compañeros de las 40 horas decidieron moverse a las afueras del Congreso local.
Pregunté a un compañero qué opinaba de los de blanco. “Parecen loros, gritan sin sentimiento”, fue su respuesta. Le conté lo que pensaban las dos señoras de antes sobre la demanda de un día más de descanso. “Si es desde el odio, están mal”, me contestó. En ese momento me pareció que aquel compañero derrochaba sabiduría en sus palabras. Los compañeros, sin megáfonos, gritaban desde las entrañas las consignas de: “salud mental, derecho laboral”, y mi favorita: “empresario culero, nuestra vida es primero”. Lo malo fue que casi el único publico eran unos cuantos policías montando guardia.
Finalmente tomaron rumbo a la Plaza Morelos. La manifestación en contra de la reforma al Poder Judicial ya se hallaba llegando al Congreso. Un camarógrafo apuntaba hacia ellos. “¿Por cuál simpatizas?”, le pregunté a una compañera reportera. “Por las 40”, me contestó sin pensarlo y sonriendo.
Pasé junto a dos elementos de Movilidad de Monterrey justo cuando tomaban conciencia de que se trataba de dos manifestaciones diferentes. “A esos nadie los pela”, dijo uno, refiriéndose a los que pedían la reducción de la semana laboral.
Puede tener razón a medias. En lo que respecta al Poder Legislativo, ignorar a sus representados ya es parte del oficio. Los diputados desarrollan ese como super poder de sordera voluntaria cuando se trata de demandas populares que no les reportan dividendos. Por suerte el pueblo también tiene su propio poder, que contrarresta al de los legisladores: el de unirse para mentarle la madre mentalmente a todo el órgano legislativo, para que les empiecen a zumbar los oídos. Los de las 40 horas recorrieron la Plaza Morelos de punta a punta repartiendo folletos, informando a la banda de que existe una iniciativa congelada en el Congreso Federal que les podría conceder un día más de descanso a la semana.
Dos elementos de la Policía de Monterrey, un hombre y una mujer, nos apoyaban desde lejos. Comentaron que sus jornadas llegan a ser de 12, 14, 16 y hasta 24 horas seguidas. Un compañero suyo reventó, falleciendo por un derrame cerebral. La oficial me dijo que efectivamente veía más a su comandante que a su familia: “ya hasta me estoy enamorando de él de tanto que lo veo”, agregó divertidamente. Los traté de convencer de que se armen un sindicato de policías.
Finalmente, los compañeros de las 40 horas cerraron filas formando un círculo en un extraño ejercicio que parecía más una asamblea y no una manifestación, donde vociferaban para dentro y no para afuera. “No ocupas convencer a los que ya estamos aquí”, pensaba, mientras la gente pasaba alrededor.
Poco después la pequeña y breve marcha por las 40 horas en Monterrey terminó con una extraña calma, como digiriendo lo que salió mal. Nada catastrófico. Queda trabajo por hacer en la lucha para trabajar menos.