Era un día fresco, nublado, gris. Desde una esquina entre Juárez con Aramberri, levemente por encima de los motores y los cláxones del flujo constante de vehículos podía llegar a los oídos una breve consigna amplificada por el uso de un megáfono: “Samuel, cabrón, no le subas al camión”.
Era un mitin convocado por La Alianza de Usuarios de Servicios Públicos y Financieros a las 12 del mediodía del sábado 9 de noviembre en contra del tarifazo al transporte público. Puntuales en el lugar había unas cinco personas, un cuarto de hora después se triplicó el número y para las 12 y media, hora a la que llegué, ya serían unas 40.
Me topé con un grupo muy diverso, del cual me di cuenta más tarde que no era uno, sino varios colectivos que se sumaron a una misma causa para no fragmentar la lucha. Pude reconocer a compañeros del Frente de Organizaciones Ciudadanas por la Defensa del Agua en Nuevo León, del Colectivo Libertario Enkabronados.com, Mas Ciudad, del Frente Nacional por las 40 Horas, de la Organización Comunista Revolucionaria, de la Liga Comunista de México, y de Resistencias UANL. Sin duda había otras organizaciones que no pude identificar, además de personas que habían acudido en solitario y por su cuenta.
A eso de las 12:47 los compañeros se lanzaron a tomar por asalto la avenida Juárez, tapando el tráfico durante unos tres minutos.
Al tiempo que la primera batalla en la avenida terminaba, se acercó a mí un personaje como sacado de una novela de la Revolución: una barba gris poblaba su rostro de bronce, su cabeza estaba guarnecida por un sombrero vaquero negro, andaba embotado y usaba una camisa color verde guerrilla, de cuyo bolsillo izquierdo sobresalían dos bolígrafos, y del derecho cuatro encendedores. ¿Qué acción futura iba a requerir tanta potencia de fuego? Me hizo saber que responde al nombre de Armadillo y además me confió que es magonista. Con él, ya habíamos por lo menos dos anarquistas en aquel lugar. Una multitud. Llegué a escuchar alcompañero Armadillo empuñando el megáfono, repudiando partidos políticos o funcionarios públicos que se quisieran colgar de la causa: “aquí la bronca es ciudadana, no vengan con sus pinches camisetas”, llegó a decir.
El megáfono era de uso libre, común, compartido: “¿no se supone que somos un pinche Estado prospero?”, increpaba, con voz indignada, una mujer. También se aprovechaba el artefacto para pedir la renuncia de Hernán Villarreal, actual titular de la Secretaría de Movilidad y Planeación Urbana.
Dos policías del municipio de Monterrey que habían llegado tarde tomaban fotos y notas para su informe. Los abordé por separado con la intención de que se deshagan del uniforme y se unan a la protesta, ¿chicle y pega, apoco no? “Es lo malo, que no puedo manifestarme”, me dijo uno. “Están en todo su derecho”, contestó cautelosamente el otro a mi pregunta sobre qué pensaba de la manifestación. Pronto agarró vuelo mostrándose a favor. “¿Usa camión?”, le llegué a preguntar, “no, pero es algo que nos afecta a todos”, respondió.
Una señora que pasaba nos tendió un folleto a cada uno mientras nos decía: “Dios todo lo arregla”. El problema, según veo, es que Dios no se encuentra en el Palacio de Gobierno del Estado, desde donde todo se desarregla.
Un hombre se detuvo un momento a mi lado a leer en voz alta el cartel que empezaba: “Samuel, cabrón…”, anticipé que lo siguiente sería: “no le subas al camión”. En su lugar me sorprendió rematando con: “…es un culeeero”. La mujer que acompañaba a aquel hombre dejó escapar una sonrisa avergonzada y la pareja siguió su camino.
En medio del tumulto lograba resaltar por su simple presencia el compañero Gabino Martínez. Un hombre muy mayor, con cabello y barba completamente blancos, ex trabajador de la Fundidora en el tiempo en que ésta cerró y por lo que supe, también veterano en la lucha social. Se le podía ver encorvado, apoyándose sobre un bastón con una mano y alzando el puño al aire con la otra. Algunas compañeras destacaron que siempre era uno de los primeros en tomar por asalto la avenida Juárez. “Estono se acaba hasta que se acaba”, fue lo que me dijo refiriéndose a la lucha social. La lucha permanente.
El ruido de la ciudad, de los carros, de los camiones, en ocasiones se elevaba muy por encima del orador en turno con el megáfono. Aun así, la inconformidad llegaba a la gente a través de carteles y lonas. “Pinche rata con dos patas”, soltó de repente una señora que luego del desahogo simplemente siguió su camino por la banqueta.
Finalmente, a eso de la 1:30 de la tarde, luego de vociferar y de invadir múltiples veces la avenida Juárez con el compañero Gabino Martínez a la vanguardia, la banda se comienza a dispersar. Algunos pocos aún se quedan en el lugar compartiendo ideas, soñando con arreglar la ciudad, el mundo, todo de una forma mucho más sincera que cualquier congreso reunido en un precinto elegante con gente trajeada que no tiene la voluntad política de resolver nada ni en una legislatura, ni en dos, ni en tres, ni en…