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El reciente pronunciamiento de más de 260 militantes del PRI exigiendo la destitución de Alejandro Moreno de la dirigencia del partido, es una clara señal de alarma sobre el grave estado en que se encuentra esta fuerza política. La crisis que enfrenta el PRI no es producto de la casualidad, sino de una serie de malas decisiones, liderazgos deficientes y una desconexión total con la realidad política y social de México.
Alejandro Moreno, al intentar modificar los estatutos del partido para permitir su reelección y la de la secretaria general hasta por tres periodos consecutivos de cuatro años, demuestra un evidente interés personal por encima de los principios democráticos y del bienestar del partido. Esta propuesta, lejos de fortalecer al PRI, lo hunde aún más en la crisis, ya que perpetúa un liderazgo cuestionado y alejado de las bases.
Los resultados electorales del PRI en los últimos años han sido desastrosos, alcanzando sus peores cifras históricas. Las elecciones recientes son un reflejo de un partido debilitado, sin rumbo ni estrategia clara. La pérdida de confianza por parte del electorado es evidente y está cimentada en la percepción de un liderazgo que ha sido excluyente y autocrático. Desde 2022, las denuncias sobre un liderazgo excluyente han provocado la salida de valiosos cuadros y la expulsión de muchos otros que no coincidían con la dirección impuesta. Este tipo de liderazgo no solo divide, sino que destruye desde dentro.
El llamado de destacados militantes del PRI, incluyendo exgobernadores como Francisco Labastida y exsenadoras como Dulce María Sauri Riancho, para la remoción de la actual dirigencia y la instauración de una dirigencia interina colegiada, es un intento desesperado por salvar al partido de la autodestrucción. La propuesta de posponer la 24 Asamblea Nacional Ordinaria y reconsiderar las reformas estatutarias es una medida sensata para evitar que el PRI caiga aún más en el abismo.
Es inaceptable que un partido con la historia y la tradición del PRI esté sumido en tal estado de crisis. La dirigencia actual ha fallado en todos los aspectos, desde la estrategia electoral hasta la gestión interna. La falta de visión y la insistencia en perpetuarse en el poder han llevado al partido al borde de la irrelevancia. La dirección de Alito Moreno ha sido incapaz de conectar con las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía, resultando en un partido que parece vivir en un mundo paralelo, ajeno a la realidad del México contemporáneo.
La situación actual del PRI requiere una renovación profunda y auténtica. No basta con cambiar figuras; es necesario replantear la visión y misión del partido, adaptándolas a los tiempos modernos y a las demandas de la sociedad mexicana. La formación de una dirigencia interina colegiada, elegida por el Consejo Político Nacional entre expresidentes del Comité Ejecutivo Nacional y figuras de prestigio, podría ser un primer paso hacia la recuperación.
El PRI se encuentra en una encrucijada histórica. La insistencia en mantener un liderazgo fallido solo acelerará su declive. Es momento de que el partido haga una introspección profunda y tome decisiones valientes y necesarias para su renovación. Ignorar este llamado será un grave error, uno que podría sellar definitivamente su destino como una fuerza política irrelevante en México.